Un mundo de usar y tirar.

“En un mundo sin alma no existen los pueblos sino los mercados, no existen las personas sino los consumidores” (Adolfo Pérez Esquivel)

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Disfruto volviendo a Dúrcal porque cada día aquí es un día para aprender.

Una bonita pareja de emigrantes retornados de Dúrcal y de Nigüelas de 72 años él y 68 años ella, me contaron en mitad de una animada conversación, que llevaban juntos nada más y nada menos que 48 años. Preguntándoles por el secreto de tan longeva convivencia, me confesaron que vivieron en años en los que la pareja no era de “usar y tirar” como lo es ahora, sino que los problemas se solucionaban en lugar de obviarlos al igual que las cosas se arreglaban en lugar de tirarlas y cambiarlas por otras nuevas.  Me confesaba este buen hombre que algunas veces le había tocado tener que dormir en el pajar, después de una discusión con su esposa, pero que al cabo de una sana conversación todo volvía al buen camino.

Esta conversación me trajo a la mente que desde hace al menos un par de décadas nos han “adiestrado” para que compremos, consumamos y tiremos en lugar de arreglar, reciclar y recuperar. Esta reflexión vale para las cosas y también para las relaciones humanas, para la pareja, los amigos o sencillamente las personas que nos rodean.

Si el coche tiene una avería seria, preferimos venderlo y comprar otro nuevo. Si el reloj se avería preferimos tirarlo y comprar uno de 10 Euros fabricado en un país asiático. Esta costumbre, recientemente arraigada ha hecho que progresivamente hayamos cambiado los talleres de relojería y al maestro relojero por comercios de baratillo; al taller de chapa y pintura y al maestro chapista, por coches de marcas desconocidas, que con seguridad se averiarán de forma programada, para que al cabo de 5 o 6 años tengamos que cambiarlo por un bonito modelo de otro coche igual de barato e igual de caduco.

Me contaban estos buenos amigos, que antes las sillas las arreglaba “el sillero” cosiendo los bajos de nuevo con cuerda de esparto, ahora las sillas rotas se tiran y se sustituyen por otras muy baratas, fabricadas en el mismo país que los relojes. Las comidas caseras hechas en el fogón  saben mejor que las que compramos envasadas en el supermercado, pero claro, es más rápido comprar que hacer.

Hemos cambiado las cosas hechas para durar y fabricadas por nuestros vecinos por otras pensadas para ser sustituidas en breve y manufacturadas en serie en lejanos países. Hemos sustituido los talleres de reparación por almacenes y bazares. Además hemos cambiado las relaciones humanas duraderas por otras efímeras y a menudo basadas en intereses y caprichos. También hemos pasado del pañuelo de tela lavable al paquete de pañuelos de papel de usar y tirar. Cierto es que todo tiene sus ventajas, pero al cabo de un tiempo nos vemos obligados a reflexionar sobre qué tipo de mundo queremos.